Hay energías que sirven de alimento y sostén de la salud espiritual, son el alimento de vida que el Padre nos da para crecer espiritualmente a través del amor.
Cuando desviamos esas energías para atender nuestras necesidades egoicas, dejamos de alimentar el espíritu, haciendo que el ego se nutra con energías puras, y el espíritu comience a experimentar necesidad.
Esa necesidad del espíritu, si no es atendida a tiempo, termina convirtiéndose en una enfermedad, que en un origen comienza en un plano en donde no es visible.
No pensamos que el hacer cosas que puedan ocasionar algún daño sin mucha importancia pueda llegar, con el tiempo, a convertirse en una enfermedad, es algo que no vemos. Pero en todo eso hay una energía desviada, hay una atención y un tiempo dedicados a hacer cosas que están fuera de la Ley, utilizando la vida y la energía que Dios nos ha otorgado. De esta manera estamos invirtiendo esto que es de Dios en algo que es de nuestra voluntad. Con el tiempo eso va convirtiéndose en una enfermedad.
El desvío de energías.
La principal afección que aparece a partir de estos desvíos de energías es una baja de defensas de nuestro espíritu para procesar las agresiones que se viven en este mundo, con las cuales se puede llegar a tomar contacto.
A partir del desvío de esas energías comenzamos a tener un contacto más directo y una mayor afección por lo que llamamos egos, que se conocen también como pecados capitales, la ira, la gula, la vanidad, el orgullo, la lujuria, la codicia y la envidia.
Todo esto que está presente en este mundo no es parte del espíritu, es a través de lo que nosotros nos conectamos con los demás. En general es lo que nos reúne, lo que nos une, lo que nos lleva a ver qué tenemos en común.
Normalmente las reuniones o afinidades tienen que ver con lo más visible, externo y está más expuesto. Esto, generalmente, tiene que ver con el ego.
Así terminamos alimentando el ego con la energía de Dios. Utilizamos la vida que Él nos dio para crecer en amor, invirtiendo Su Amor con fines egoístas. Esto, con el tiempo, termina afectándonos de distintas maneras.
Esta baja en las defensas es porque lo que teníamos para defendernos, lo invertimos egoístamente en nuestros propósitos, haciendo que nos volvamos vulnerables a enfermedades que son propias del mundo.
Las defensas que consideramos y entendemos físicas ante las enfermedades -porque esto ve el microscopio y la ciencia lo puede comprobar- tienen que ver con las defensas que vienen y están en el propio espíritu.
Generalmente no prestamos una atención consciente al espíritu, estamos más atentos a lo superficial, a lo que está más a la vista. Esta atención puesta prácticamente de lleno sobre lo mundano, nos lleva a desatender lo esencial que es lo que da vida a lo humano. Nos afecta más una enfermedad física que la espiritual. Nos preocupa más un resfrío, que cometer un pecado.
Uno de los peores pecados es el de omisión, porque hay muchas cosas que sabemos que no debemos hacer y sin embargo las hacemos. Ponemos excusas diciendo no puedo, no tengo fuerza, no me acompañan, no sé cómo hacerlo o por dónde empezar, no tengo tiempo, tengo otras cosas para hacer…
Atender la Vida con Amor.
La tarea que el Padre nos pide realizar es poner amor en lo que estamos haciendo. No es dejar de hacer, sino hacer todo con amor. Cuando obramos de esta manera ese amor comienza a corregir nuestra tarea al estar presente arrojando luz sobre lo que hacemos.
Empezar a poner una atención más amorosa en la vida nos va sanando y ayudando a crear las defensas para que desaparezcan las enfermedades, encontrando así los remedios que son eternos, poniendo Amor en lo que hacemos.
La medicina me ayuda en las dolencias físicas, pero si por ejemplo, ante un exceso de comida acudo al médico y me medica para esto, y al sentirme mejor y aliviado vuelvo a incurrir en el exceso, ¿dónde está la conciencia? La medicina termina tratando una afección física por una desatención de mi conciencia. Podemos acudir constantemente al médico, tener el medicamento en nuestra casa, o podemos tomar conciencia entendiendo que no debemos excedernos.
No es ir al extremo de no comer y hacer ayuno, sino hacerlo moderadamente y saber qué es lo más conveniente. Atender a mi propio cuerpo que me va diciendo todos los días lo que espera, lo que necesita.
Todos los días llegan a la Tierra energías, con la tarea de estimular el funcionamiento de determinados centros. Hay distintas actividades que el espíritu tiene que realizar, más allá de que el hombre no lo tenga en conciencia. De acuerdo a esas energías, el organismo nos va indicando qué es lo conveniente para ese día y qué no. Generalmente no estamos atentos a esto porque seguimos más nuestra programación.
Los cambios que hay que hacer en la vida van trayendo salud al espíritu. Esto se obtiene cuando él vive en su única Ley, que es la de la Compasión.
La Ley de Compasión es aquella que nos lleva a vivir la vida a partir del Amor Divino, del amor vivido, proyectado y como puente tendido para conectarnos o religarnos con el Todo. Ese amor nos lleva en conexión desde la luz que el amor trae y aporta desde la conciencia, hacia toda forma de vida.
Toda forma de vida se contempla desde el amor en la compasión, así el espíritu vive dentro de la Ley y no genera enfermedad. En ese estado tiene una fuerza que lo lleva a defenderse de cualquier tipo de agresión.
Sostener la Luz.
Las agresiones que puede tener un espíritu que vive en la luz, no son las que él busca o las que tiene que enfrentar, porque cuando uno es luz no tiene que enfrentar la oscuridad, porque es luz. Uno la tiene que enfrentar cuando todavía tiene afinidad con la oscuridad, y cuando ésta se hace presente y nos tienta. Puede entrar en nosotros porque hay debilidad ante esa tentación. No es la fuerza del tentador, sino nuestra debilidad la que nos lleva a caer.
Si tengo fuerza en la luz sé que por más oscuridad que haya en el universo, si encendí en mi interior un pequeño fósforo, donde quiera que me mueva con él, la luz estará conmigo.
Si comparamos esa pequeña luz, tan tenue, con la oscuridad del universo, parece que no fuera posible. Pero no se trata de que lo vea desde afuera, sino que me haga uno con ella y, donde quiera que esa luz se mueva, disipará la oscuridad. Por más pequeña que parezca la luz que portamos es la Luz de Dios, y es lo más grande que hay. Si la atendemos hay salud y no enfermedad.
La medicina avanza para tratar de solucionar problemas que tienen que ver con afecciones o dolencias que se ponen a la vista cuando aparecen en lo físico. Pero vienen desde mucho antes y desde un lugar más elevado, profundo o sutil, que no aparece en los estudios que hace la medicina. Ahí tenemos que entrar nosotros, sólo nosotros, y tenemos que hacerlo con luz, con amor para ver con claridad las cosas. No como muchas veces sucede que entramos no queriendo ver.
Todas estas cosas tengo que aclararlas en mi interior, ver por qué me muevo, por qué hablo, por qué hago lo que hago. Si estoy enfermo, es porque comí, porque escuché, porque peleé, porque me sentí mal, porque sentí bronca, o porque no obro en el amor para tener la fuerza para decir no a todo eso que está presente en el mundo y busca ingresar en mí.
Hay casos en la historia que son conocidos, por ejemplo el de Nostradamus. Él trataba con una enfermedad que mató a millones de personas, pero nunca se infectó o afectó por eso. La Madre Teresa de Calcuta limpiando heridas, no pensaba en contagiarse, iba y atendía, el Amor la llevaba adelante.
El amor es el escudo, el amor es la defensa.
La tarea de todos es poner amor constantemente en todo lo que hacemos. Eso es importante que lo entendamos, para que lo podamos poner en práctica en el diario vivir.
Daniel Ferminades
- ** El siguiente artículo fue compartido en las siguientes revistas
- Revisa Yoga+ Argentina – Agosto 2013 ver publicación
- Universo Holísitco – España -N°101 – Febrero 2017 ver publicación