Lo que lleva a hacer que no tengamos una buena vida espiritual es nuestra propia personalidad afectada por el defecto. No es el entorno, del cual tanto pasamos la vida quejándonos, sino que es enfrentar lo que reacciona en nosotros hacia ese entorno. Hay muchas cosas fuera que detonan en nuestro interior eso que se expresa y nos hace daño, pero si pensamos en que esto que nos hace daño está en nosotros, tenemos que pensar en trabajar para superarlo. Si culpamos al otro no tenemos nada que trabajar, y nos quedamos tranquilos en nuestra pereza y en nuestro abandono.
Pero vemos que esto no ha funcionado en la historia, y no ha funcionado de esa manera porque no se ha buscado en el interior, que es donde realmente se ha originado este malestar y esta desarmonía. Estamos hablando, pensando y encarando el trabajo como individuos, de una manera que tal vez uno pueda pensar es egoísta, abocar tiempo de la vida hacia uno mismo, pero cuando yo aboco la vida a encontrarme a mi mismo lo hago con el fin de poder verme reflejado en los demás.
Si lo hago desde el ego, lo que veo reflejado en los demás es ego, y como se dice muchas veces estoy criticando en el prójimo lo que en realidad existe y vive en mí. Tengo que volcarme a encontrar esa Luz que hay en el Corazón, y ponerla de manifiesto. Ponerla de manifiesto es hacer que encarne en mí, que encarne en mí quiere decir que a través de mi carne se exprese. Se expresa, no solamente con buenos pensamientos o hermosas frases que contengan la palabra amor, sino atendiendo la necesidad evolutiva del prójimo a la vez que la propia.
Lo que es de bien para mi espíritu es de bien para todos, si yo dejo de atender mis propias necesidades por atender la necesidad del espíritu del prójimo, estoy incluido dentro de ese bien que uno esta haciendo, porque todos somos uno en el espíritu. Si estoy haciendo esto para el bien de todos estoy poniendo de manifiesto el Amor puro del Corazón. Cuando uno pone el Amor puro del Corazón, es el propio Dios expresando.
Daniel Ferminades
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