Superar nuestros defectos

Todos vemos que hay muchas cosas mal hechas, mal llevadas, mal intencionadas, y todo esto en general lo vemos en los otros. Y puede que tengamos buena vista y lo que estemos viendo sea real, pero ninguno de nosotros puede cambiar al otro , lo único que sí podemos hacer cada uno es cambiarnos a nosotros mismos, y esa es nuestra tarea. Un Maestro no se convierte en Maestro porque le cambió la vida a las demás personas, él se convierte en Maestro porque vivió amorosamente su camino y su vida, y aprendió todas las lecciones que la vida tenía para darle, esto le dio maestría. Por haber recorrido ese camino con Amor, desde su maestría ejerce llevando enseñanza. Pero no nos volvemos Maes­tros porque podemos llegar a ver con claridad el defecto en los demás, la maestría la adquirimos cuando vamos superando nuestros propios defectos.

Para llegar a superar nuestros defectos primero hay que reconocer que los tenemos. Y no son uno, diez, o cien,  son miles que están presentes en el hombre. Cada uno de esos siete pecados capitales es cabeza de legión, es cabeza de  miles, cada uno de esos egos se manifiesta de muchas maneras.

¿Importa cuando el ladrón entra, saber su nombre, o lo que importa es estar atentos a no abrirle la puerta? Entonces no es importante identificarlo con nombre y saber de dónde viene sino estar atentos a que en nuestra casa interior solo tiene que morar el Señor, y tiene que ingresar solamente todo aquello que ayuda al Señor a crecer, y sólo tiene que salir todo aquello que es Voluntad del Señor que llegue a los demás, o sea  estar atentos a custodiar la salud del Amor, no dejar al ego que entre, salga, y haga lo que quiera. ¿Quién va a hacer eso sino nosotros, que somos los que tenemos la casa, la morada? ¿Entonces, queremos que el Reino siga siendo de la mente o queremos que reine en un momento el Amor?

Si queremos que reine el Amor, tendremos que batallar en contra de la mente y su reinado tirano y egoísta. Nosotros le dimos  el poder y lo pusimos en ese lugar.

El Padre me habla de sacrificio, la mente me dice ¿para qué? Y entonces, ¿qué es lo que atiendo yo, el Padre que me pide sacrifi­cio, o a la mente que me dice: no tiene sentido, para qué vas a hacer eso, qué ganás? ¿Quién le da poder si no es mi abandono o mi entrega ciega a la voluntad  propia?

¿Cómo podría el Padre, a través nuestro, llegar a concretar una obra, si para que nuestro cuerpo construya se necesita una mente que organice, una emoción que dote de impulso y de energía?. Tiene que haber una mente, una emoción y  un cuerpo,  entregados a su Voluntad.

Si no podemos acallar la mente que vive generando pensamientos, que desatan en nosotros emociones, que nos llevan a hacer cosas afines al origen de todo esto que es la propia mente, ¿cuándo el Padre puede imprimir sus divinos caracteres? Y no es que el Padre no quiera y no es que no lo intente, es que nosotros no lo aten­demos. Cuando el Padre está hablando, y Él siempre está transmitiéndonos lo que cada uno necesita, nosotros estamos escuchando música, la radio, la gente que habla, andamos buscando por nuestra cuenta lo que queremos, lo que nosotros entendemos.

No vinimos de los Cielos, como espíritus, a la Tierra a escuchar a gente que habla de Dios, vinimos a hacer la experiencia de vivir a Dios en este lugar, en donde Él nos ha puesto. Entonces no hay ningún lugar mejor que éste para crecer.

Daniel Ferminades

Extraído del encuentro ¨Verdades Develadas desde la Conciencia¨ Capilla del Monte Córdoba, Argentina. Noviembre 2012 (121125 2).