Si tomáramos los cuerpos como recipientes, seríamos una copa llena a la que no le cabe una gota más. Tenemos que comenzar a vaciar ese recipiente rebalsado de conocimientos superfluos para empezar a ocupar los espacios con otros más profundos, espirituales y esotéricos.
En lo cotidiano, cuando en una situación evito manifestar la ira, que es lo que comúnmente hacía, y con calma expreso lo que tengo para expresar, ocupo un tiempo y un espacio de la mente, de mi verbo, de mi cuerpo, de mi emoción, es decir de mi alma, en un esfuerzo por expresar de manera luminosa un conocimiento. Entonces, esa presencia de luz comienza a batallar, a enfrentar la oscuridad tan presente dentro de nuestra vida, de nuestra mente y emociones. Cuando en esa situación que normalmente me hacía estallar hice el esfuerzo, enfrenté en una batalla al ego. Es una batalla porque el ego estaba acostumbrado a hacer lo que quería como si mi vida fuese suya, pero la vida es del espíritu, no es del ego.
Todo este es un tiempo que le dedico a la luz. Esa experiencia que nunca había hecho -porque comúnmente no me doy la oportunidad de vivir- me deja mucha enseñanza y me aporta una referencia a partir de una vivencia personal. Como es algo que yo mismo he vivido puedo ver los resultados.
Estamos acostumbrados a que los egos nos lleven a sentir satisfacción por lo que hacemos, porque si nos provocara dolor no lo haríamos, lo combatiríamos con más fuerza.
Cuando lo empezamos a enfrentar, cuando lo estamos batallando, cuando comienza a debilitarse, el ego empieza a buscar otros medios y otras formas o fuerzas para poder hacer lo que hacía. Antes ni siquiera golpeaba la puerta porque él ya estaba adentro, hoy que lo expulsamos del corazón, vendrá a golpearla. Primero lo hará recordándonos todo lo que traía a nuestra vida para que nos envuelva el pasado y la nostalgia y lo dejemos entrar. Si no lo dejamos entrar porque entendimos que no corresponde, ya no golpeará la puerta, sino que intentará tirarla abajo. Hará el esfuerzo, porque está acostumbrado a darle valor a su vida y la quiere defender. Cómo lo enfrentemos, dependerá de nuestra fuerza.
El tiempo, los años, los ejercicios y la atención que ponemos en aprovechar cada oportunidad para crecer, nos va preparando, pero básicamente nos deja siempre luz.
El paso de un pensamiento luminoso deja una estela de luz como si fuera un cometa pero que no se apaga, es una luz que queda, que marca, que quema, que deja su huella en la mente, porque es una experiencia vivida. Eso no se olvida nunca más, aunque nosotros no lo tomemos en cuenta y prestemos más atención a lo que el egoísmo nos dicta, la experiencia ya la vivimos y esto queda marcado. Está presente dentro de la mente algo que antes no estaba. Entonces así, aparentemente de a poco, por un hecho que nos esforzamos por llevar adelante de una manera equilibrada y más justa pensando en la justicia para todos, comenzamos a darle fuerza a nuestro espíritu y también herramientas para poder enfrentar al ego que tan desbordado está en la mayoría de las personas. No hablo de personas malvadas, hablo de personas comunes que hacen cosas que no son pensadas aparentemente con la intención de hacer un mal, pero sí pensadas con la intención de hacer un bien personal, egoísta.
Empecemos a pensar en hacer las cosas bien.
Primero debemos pensarlas bien, luego sentirlas y al final ejecutarlas. Así le damos un espacio de presencia a la luz, en la mente, en nuestra emoción y en nuestro cuerpo. En la medida en que vamos construyendo avenidas o caminos para ese paso de la luz, cada vez le resultará más fácil hacerlo.
Donde está la luz presente la oscuridad se disipa, se pone en evidencia lo que estaba en la oscuridad siendo ignorado o camuflado, dejándome pensar que era algo que en realidad no es. Trayendo luz a nuestra vida comenzamos a ver la realidad.
Hay muchas personas tratando de llevar luz al mundo del cual forman parte, pero si no hacemos el ejercicio de llevar a la práctica lo que entendemos a nivel intelectual, no iluminamos nuestras emociones ni nuestro cuerpo, entonces queda el inicio de la construcción de un camino, pero solo en la mente.
No basta tan solo con saber, tengo que ser, y para ser tengo que ejecutar lo que sé. Para poder ejecutar lo que sé tengo que pasarlo por una emoción que me mueve a hacer, y la que lo dictamina es la mente porque obtuvo claridad.
Todo ese proceso es luz que se hace presente en nuestra alma. Puede parecer más importante la luz de Dios que la nuestra porque lo de Él es infinito y lo nuestro es finito y limitado, pero, aunque finito y limitado es Su luz en nuestra medida y dimensión. Esa luz suya en nuestro interior, por más pequeña que sea, puede ir acrecentándose en la medida que le demos cada vez más tiempo a que ella se exprese en nuestra vida, a lo largo del día.
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