El Padre se expresa en el silencio. Él siempre nos llama a hacer silencio.
No estamos en silencio cuando vamos detrás de nuestros impulsos, de nuestros deseos, de nuestra voluntad, que se ve afectada por el entorno que nos incita a hacer contacto con tan variada oferta que hay para alcanzar.
Nos tientan muchas cosas en el mundo y ocupamos mucho tiempo pensando si las adquirimos o no. Pasamos nuestra vida ocupados en cosas relacionadas con lo que nuestros ojos pueden ver, con las sensaciones que se crean en el interior al pensar en aquello que nos ofrecen.
Si el Padre tuviese que comunicarse con nosotros, y Él quiere hacerlo siempre, nos encuentra con la cabeza ocupada en cosas que nosotros entendemos son de valor. En el silencio Él puede conseguir llegar a nosotros con claridad.
El silencio es entregarse sin intención de modificar nada, aceptando la realidad tal como se presenta, observando con serenidad.
Eso describe lo que es la meditación. Es estar atentos pero sin intención de modificar, de participar, o ir detrás de lo que la mente genera o lo que el entorno expresa. En esa atención, como a la espera de la manifestación de Dios, nos debemos encontrar siempre para que cuando Él llegue a nuestra vida guíe nuestros pasos.