Enseñar es dar el ejemplo, es mostrar. Enseñar es exponer, no es imponer
Tenemos un libre albedrío y dentro de él debemos expandirnos con la intención de compartir con respeto, de acompañar a los demás por su camino y no querer condicionar a los otros a seguir el que nosotros entendemos que tendrían que vivir.
Para un maestro terreno lo más simple es levantar la voz y ordenar hacer a sus alumnos lo que él dice. Si le diera a cada uno la libertad de expresar lo que siente no le prestarían atención, no lo escucharían ni podrían distinguir qué es de valor y qué no.
En cambio, deberíamos entender que, si hacemos abuso de nuestro libre albedrío, al no vivir en libertad con respeto por toda vida, no ayudamos a que haya un orden ni a que se sostenga un equilibrio dentro del aula en la que estamos.
Enseñar, entonces, es exponer, es dar el ejemplo mostrando que es posible a partir de haberlo realizado primero, y luego estar dispuestos a acompañar.
Para muchos lo más fácil es imponer, levantar la voz y hacer callar, en lugar de disponer del tiempo necesario para que cada uno entienda la importancia de hacer silencio. Entonces, hay momentos en los cuales disponemos del tiempo para, cada vez que sea necesario recordar lo importante del silencio; y hay otros en los cuales tendremos que llamar la atención para hacer silencio, porque disponemos de poco tiempo.
Tratemos de ir por la vida con el mayor respeto posible, sin imponer. En el mundo, se toma el imponer como el camino donde hay menor resistencia, pero cada uno debe transitar el suyo. Nadie puede imponer. Por eso tenemos libre albedrío, para poder elegir.
Para saber elegir debo usar mi inteligencia y no estar tan pendiente de lo que dicen los demás. Entonces tendré menos influencias y escucharé un poco más mi corazón.
Para que lo que salga del corazón sea claro, no tengo que contaminar la mente. Ella es la que tiene que tomar lo que de él sale, para con inteligencia darle fuerza e impulso y crear el pensamiento que inmediatamente al gestarse comienza a arrastrar la emoción. Ésta se hace presente y se suma como una fuerza que estimula al pensamiento a concretarse e impulsa al cuerpo a obrar. El pensamiento mueve a la emoción y la emoción, al cuerpo. Cuando estamos confundidos hay un orden que no se da de la manera más sana, luminosa, recta o clara, y no sabemos distinguir ni ver la vida con respeto.
La enseñanza se lleva con respeto por los demás, y el otro necesita su tiempo.
No es a nuestro tiempo que los demás van a cambiar, hay que ponerse en su lugar; no es ser yo en el lugar de él, es ser él. Ponerme en su lugar no es pensar ¨qué barbaridad lo que está haciendo, cómo no se da cuenta¨. Puede que yo lo tenga claro, pero tal vez a él no se lo enseñaron o no lo vio. Ponerme en el lugar del otro es tratar de entender qué lo llevó a ese lugar en el que está, tomar la decisión que él tomó y hacer algo que tal vez a mi juicio está mal y debe cambiar.
Para que cambie no hay que criticarlo o imponerle que lo haga, sino estar dispuesto a acompañarlo para que entienda. Acompañarlo es acercarse a esa realidad que, muchas veces, no es grata para nosotros.
No siempre es posible ayudar a salir de un pozo desde afuera, depende de la fuerza de quien está en él. Tal vez tan sólo con una palabra y bajándole una soga puedo estimularlo a que salga. A veces su fuerza no es la suficiente y tengo que meterme en el pozo con él sin perder la luz que hay en mi corazón ni la claridad de por donde tengo que marchar, ayudándole con mi presencia, dándole el ejemplo.
A la imposición tenemos que distinguirla y saber qué es lo que queremos.
Primero tenemos que conocer los límites, no podemos ponérselos a nadie, no somos dueños de la vida de nadie. Debemos conocer nuestros propios límites viviendo sin ocultarlos, exponiendo hasta donde permitimos que los demás lleguen, sin aceptar abusos o excesos. No debemos ir con fuerza ni violencia, es algo que en todo momento tenemos que expresar, mostrar y transmitir: ¨hasta aquí llego¨.
Si conocemos nuestros límites, sabemos que no hay que transgredirlos, porque al hacerlo ingresamos dentro del espacio del otro. Podemos considerar al libre albedrío como una esfera evolutiva individual dentro de la cual tenemos que expandirnos en luz, llegando hasta los confines y llenando de luz todo ese espacio. Pero jamás, ni aun siendo luz, hay que buscar ingresar en la vida de aquél que todavía en la oscuridad encuentra regocijo o tiene bienestar. Sin embargo, al acercarme con esa luz dentro de mi espacio y con respeto, estoy llevando un ejemplo o una realidad diferente a sus ojos, a su vida. Y tal vez él se encuentre con personas que siguen sus mismos impulsos viviendo egoístamente, pero quizás vea uno que todo lo que tiene lo pone a disposición de los demás. Posiblemente llame su atención por qué lo hace tan distinto.
Si sabemos estar atentos y no somos tan orgullosos, nos encontraremos con quien a partir de su experiencia ha aprendido y entonces nos podrá asesorar y aceleraremos mucho el proceso de aprendizaje, evitaremos pérdidas, dolores y esfuerzo innecesarios porque nos lo estará enseñando.
Daniel Ferminades
Este artículo ha sido publicado en Relajemos.com